Se acabó...

Pues, aunque uno no quiera terminar de creérselo, se acabó. Otro año más, la Semana Santa, la esperada, la de obligada presencia, se fue como llegó. Y se fue como deben despedirse las grandes ocasiones: con una tertulia y con un balance. Lo positivo y lo negativo de todo esto. Lo que merece la pena y lo que no.

Se fue como el Poniente se va por Cabo de Gata y se llevó de nosotros la voz gritándole a los cielos que ya está bien de dejarnos la vida en todo esto. Lo que siempre temí se ha hecho presente este año ¿Merece la pena? Ya no lo tengo tan claro. Ya no estoy seguro de que Ellos quieran todo esto. Ni siquiera sé a quién se le lloran los lamentos. Porque esta vez no hubo satisfacción; hubo un desánimo, una desgana, un saber que ya llegarán otros años en los que sí valga la pena pero éste no, amigo, éste era el Viernes Santo perdido que tantos veranos hemos temido. Hasta los mejores muelles pueden darse de sí si los estiras demasiado.

A todo lo demás, sahumerios. A la gente, a Almería, que mandó callar al Paseo cuando el Gran Poder levantó al Cielo, que es como también levantan los pasos de silencio. También a los horarios, a las hermandades que nos madrugaron las tardes para que no les clareara en la recogía.

A algunos capataces, a muchos costaleros y a tres cortejos: más sahumerios. Y todo esto se fue a los pies de las clarisas, con una tónica sin ginebra y con un Tertvlio amortajado.

PD: ¿Dos despedidas similares consecutivas cuentan como tradición?